sábado, 2 de junio de 2012

Desde el Egreso


Por David Carrasco y Camila Sanhueza

Egresamos. Estamos fuera. Es propio de quienes terminan un proceso y dejan atrás una parte importante de su vida, recordar con nostalgia los buenos momentos, valorar lo aprendido, emocionarse y tal vez llorar… Sin embargo, después de los abrazos, la alegría de ver a la familia contenta y las fotos para el recuerdo, no podemos dejar de pensar lo que fueron estos años y quizás, haciendo gala del hábito de pensamiento que debiéramos haber formado, hacer una evaluación crítica respecto de lo que pasamos en nuestra estadía por la carrera de sociología en la Chile. Como egresados somos lo suficientemente jóvenes como para decir que aún nos sentimos parte de lo que aquí pasa, y lo suficientemente viejos para decir que tenemos una posición externa que nos permite ver con perspectiva lo que aquí sucede. En ese sentido, el limbo del egreso nos proporciona un buen punto de vista… algo así como un doble agente, o un bisexual.

Cuando llegamos el primer día algunos profesores nos hablaron para orientarnos respecto a lo que nos habíamos metido. Algunos nos dijeron que además de investigar la realidad, éramos agentes de cambio y que podíamos transformar la sociedad. Incluso un profe con su errática gestualidad y oratoria (que luego lo llevaría a mancharse la camisa con café) nos  señalaba que esperaba que fuéramos los nuevos Chicago boys, claro está que no lo decía porque esperaba que fuéramos unos conservadores neoliberales, sino por su capacidad de transformar la sociedad chilena “radicalmente”. Otro nos dijo que al tercer año, todos íbamos a llegar de alguna forma al psicólogo y tendríamos depresión. Bueno, en perspectiva podemos decir que el primero manifestó muy bonitas intenciones, y que el segundo acertó mero mero.

Pasa que nos vendieron la promesa de la universidad pública, llegamos aquí (en vez de a la Cato) porque esperábamos encontrar una universidad y una sociología involucrada con las mayorías del país y con el cambio. Sin embargo, ya no estábamos en aquellos años gloriosos en que la sociología tenía un sentido, una razón de ser. Modernización, Desarrollo, Revolución, Lucha de clases pasaron a ser unas bonitas palabras que nos recordaban que alguna vez  en algún sitio nuestra disciplina no fue descafeinada, sin alcohol, light y de tofu. 

Hoy y producto del aparataje institucional en el que nos vemos inmersos como consecuencias del mercado universitario, presenciamos cómo nuestra universidad, nuestra facultad y nuestra carrera más allá de las buenas intenciones, no tiene ninguna capacidad de poder incidir en nuestro país. Y no puede porque mientras las ciencias sociales no arranquen desde la necesidad de transformar nuestro país, permanecerá reducida a lo que actualmente es: un revoltijo de papers, becas y postgrados que repiten lo ya dicho mil veces para quedarse en el pajeo epistemológico y metodológico de que ya no se puede conocer toda la sociedad, sino que sólo sus fragmentos aislados de la totalidad y la historia, bla bla bla.  Esto lo presenciamos en el momento en que nuestra malla es un conjunto de ramos en que muchos de ellos no sirven para nada, son incoherentes, y que muchas veces ni siquiera tiene la calidad necesaria para una universidad. ¿Producimos conocimientos (que es la razón de ser de toda ciencia, incluso de la nuestra) o sólo reproducimos la bancarrota de la sociología acumulando a lo largo de los años montones de fotocopias, apuntes y trabajos que sólo sirven para ganar otra cosa que no es conocimiento (las notas)?

La depresión de la que hablaba aquel profe, seguramente se refería a que medida que avanzamos en nuestra carrera vemos como la promesa de la universidad pública se va desmoronando. Lo que nos pareció tener un sentido articulador de nuestro quehacer, ahora nos parece que son las sombras y los fantasmas de antaño. En fin, ante esto existen dos posibilidades: o nos dejamos desmotivar y caemos en la inercia de lo que es, o nos molestamos y nos proponemos generar los cambios que son necesarios. En ese sentido, hay que preguntarse por la situación del país, el entramado de las correlaciones de fuerzas que subyacen a las estructuras económicas, políticas y sociales… tomar posición. En definitiva, debemos reformar lo que hacen los sociólogos para que vuelva a ser sociología, es decir, una forma de conocer críticamente la sociedad que potencia los caminos de emancipación.

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