Por José Zapata
Cuando el movimiento estudiantil del 2011 comenzó a decaer y
la vuelta a clases era un horizonte cada vez más cercano, un grupo de
estudiantes de la carrera nos propusimos recoger los planteamientos críticos hechos a nuestra práctica disciplinar, los
cuales se desarrollaron en ese rico proceso de discusión colectiva entre
marchas, tomas, cortes de calle, asambleas y la cotidianidad de la
movilización. La realidad gritaba. Muchos estudiantes no estábamos hablando de
democracia, sistema político, clases medias, consumo, políticas públicas,
género o cultura e imaginarios, sino que vivíamos un proceso de organización y
lucha, donde nuestras discusiones eran sobre la dictadura, el modelo
neoliberal, la represión policial, el cómo ejercer una presión material y sobre
educación gratuita. Salvo contadas excepciones, las herramientas de nuestra
disciplina poco nos servían para resolver los problemas prácticos del
movimiento. Qué duda cabe, si nos poníamos a hablar en sociólogo ¿quién iba a
entendernos? Este apretado resumen, más un poco de imaginación, debería dar una
idea de aquellos planteamientos críticos a los que nos referimos.
Sin embargo, la solución a estas problemáticas que vivimos
de manera muy concreta y práctica, no es fácil. Si tal respuesta no está a la
mano es por razones de peso. Nosotros no somos ni los primeros en plantearlos
ni tampoco los que lo resolverán en un minuto. Hubo propuestas, también hubo
experiencias, ensayos, pero no un planteamiento concluyente. Como tampoco
esperábamos que esta respuesta nos la diera la academia, tomamos el ejemplo de
la autoeducación y la autogestión, es decir, tratar de encontrar por nuestros
propios medios y en la discusión colectiva los caminos que nos puedan llevar a
resolver aquellas inquietudes. Así nació la idea de autogestionar un ramo, que
los estudiantes definiéramos qué tema queríamos estudiar, cómo queríamos
hacerlo y cómo queríamos evaluarnos. Si bien esto pudo perfectamente ser un
grupo de estudios paralelo a la academia, quisimos plantearlo como carga
académica reconocida. Lo que queríamos decir era que los mismos estudiantes
podíamos organizar un ramo y no por eso tenía que ser menos serio o con menos
contenido que un ramo “normal”.
Teníamos que leer, ya que nadie podía dar cátedra sobre los
temas, y organizábamos el curso a través de las exposiciones de los textos que
definimos para cada sesión, es decir, si al compañero que le tocaba la
exposición no leía, no había exposición y no había clase. Y si los demás no
leíamos, nos quedábamos callados después de la exposición y terminábamos a los
20 minutos de haber empezado. El ramo requería ese compromiso, su
funcionamiento dependía de lo que hiciéramos o dejáramos de hacer cada uno.
Si bien esa era su estructura básica, todo lo demás estaba
puesto en nuestra creatividad, todo cabía mientras siguiéramos en el objetivo:
formarnos. Pensamos en documentales, invitar profesores para discutir, lecturas
complementarias y otras metodologías de trabajo.
Y ¿cómo nos fue? He aquí algunas impresiones de tres
participantes del curso
Una compañera nos dice que no se alcanzaron todos los
aprendizajes esperados, y otra, que no se cumplieron todos los objetivos. Las
razones dadas confluyeron en dos: 1. Las restrictivas condiciones del segundo
semestre 2011 –corto y concentrado en evaluaciones- 2. Que no se alcanzó por
todos el nivel de compromiso que se necesitaba para que funcionara bien el
curso, por ejemplo era difícil mantener el trabajo fuera de la hora de clases o
que hasta hoy el grupo no se ha vuelto a reunir a hacer la evaluación de la
experiencia. Sobre otros problemas más concretos, se menciona que a veces
pasaba que después de las exposiciones todos se quedaban callados, en ese
sentido faltó metodología. Otro problema era que todos leyeran las lecturas
obligatorias para cada clase, al principio ocurrió así, pero fue decayendo a
medida que avanzaba el semestre.
Sin embargo, se rescata como un primer intento de hacer algo
distinto, en donde los estudiantes hacían todo, donde la única motivación era
aprender, el compromiso con los compañeros y la confianza en que todos estaban
en lo mismo, no por una nota. Se demostraba que podemos tener clases sin
profes, se rompía también la lógica del profe que sabe todo y del estudiante
que no sabe nada. Otra característica mencionada es que siempre se intentaba
bajar a lo concreto lo que estábamos discutiendo, por ejemplo al movimiento
estudiantil o las formas actuales de trabajo y explotación.
Sobre el contenido las opiniones difieren un poco. Una
compañera destaca que lo que nos propusimos aprender es fundamental, el
marxismo, ya que no se ve realmente en la carrera. Otra compañera estima que la
forma de hacer el curso fue lo más central y que el contenido tuvo que haber
sido decidido de manera mucho más inductiva de cómo se hizo, en ese sentido
faltó un diagnóstico colectivo previo.
Finalmente, consultadas sobre si participarían de otro
electivo autogestionado, con más o menos entusiasmo todas responden que sí.
Dicen que rectificarían los problemas que hubo y que partirían tal vez más de
un tema o conflicto concreto, para de ahí ir desarrollando los elementos más
teóricos, de manera de bajar a la disciplina de lo abstracto. Mencionan también
que se debería tener claro un producto para el curso, como escribir algo o una
investigación.
Una compañera finaliza con la siguiente reflexión: “fue un desafío grande, nos falta todavía
para poder hacer algo de verdad”.
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